Entrada destacada

CALENDARIO ESCOLAR 2023-2024.

¡ B I E N V E N I D O S ! PARTICIPA Y UNETE A NUESTRA COMUNIDAD ESCOLAR

lunes, 25 de mayo de 2009

DE MI COSECHA

LA COCINA DE MI NANA

Se dibuja detrás de los mangos en el fondo del terreno, un atardecer pincelado de tonos degradados de rojos, naranjas y rosas, brillan entre el follaje el amarillo color de los mangos ya maduros, derrochando un característico aroma a huerta sudcaliforniana, inmenso terreno que con el pasar de los años ha parecido dejar se serlo, lugar de reunión y juego, cuantas aventuras vieron crearse, desde el barco que azota una gran tormenta, hasta la selva llena de animales reales o imaginarios, el atardecer se acompaña de un aire fresco que llega del lado del mar, se escucha de vez en cuando el golpe seco del mango que maduro, deja su lugar en lo alto de la mata para llegar a deleitar el primero que lo gane….. o que lo encuentre, así corriendo entre búsquedas y juegos nos invade otro aroma, ¡ah! Tan rico, que de nuevo me abre el apetito, eso solo quiere decir una cosa, mi nana hace los preparativos para la cena, nos acercamos hambrientos a ese lugar tan fantástico y lleno de misticismo, donde los aromas lo hacen a uno soñar, saciarse no solo con oler, sino con degustar aquellos platillos que ella preparaba, el humo sale entre el techo de palma y las maderas de cardón y palmera que encierran a la hornilla, un montón de leña detrás de ella, sartenes ahumados con el paso del tiempo, una vetusta mesa donde se amontonan sartenes desvencijados y una vajilla que sin ser elegante cumple su cometido, veo a mi abuela atizando la lumbre, moviendo la leña que calienta aquel viejísimo comal que nosotros decíamos lo usaban los antepasados indios guaycuras, bisabuela y madre de mi abuela, el rito había comenzado hace rato con el sacar a puños la harina del costal, ponerle algo de manteca kuino, unos chorros de leche bronca o un poco de requesón y una pizca de sal, las manos arrugadas que tantas veces nos brindaron caricias maternales, hacían que esa masa se volviera tan tersa y suave que parecía tan fácil, casi jugar con ella y hacer una pequeñas bolitas que se dejaban un poco reposar para luego tortearlas, el clásico torteo llenaba al ambiente con su ritmo, para luego dejar caer la tortilla ya formada suavemente en el comal, una bolsa de papel toda apachurrada era el aplanador perfecto para sacar el aire de esas bolsitas que se formaban al cocerse la harina, luego una volteada y lo mismo, después de una rato salían humeantes a la servilleta tan limpia entre todo lo aparentemente tiznado, del techo el zumbido de un moscorrón que de pronto se molesta por el calor intenso de la lumbre que crepita al consumir los leños de choyas, palo fierro o mezquite, sale por la puerta, al lado del comal un sartén que se bambolea al compás de la cuchara que agita los frijoles, mmmm…. Cocidos el día anterior en esa misma hornilla, ante ese rito, ya todos esperábamos sentados en la mesa, con las manos lavadas hacía rato, el canto de los grillos, el ruido de las gallinas subiendo aquel árbol de aguacate tan alto que para nosotros era inmenso, sin esperar nada más alguno de nosotros acomedido por la cercanía de la noche y la oscuridad corría a buscar un pedazo de periódico o papel para encender la lámpara de tractolina o petróleo y así alumbrar la mesa, donde ya se encontraba un queso bajado del zarzo, el té de canela servido en una jarra lista para refrescarnos pues en aquellos días no tan lejanos no era tan fácil comprar un refresco, disfrutar del aire de un abanico o simplemente como hacemos ahora, cenar o comer en nuestros comedores con aire acondicionado; aparecía la figura de mi abuela con platos en los cuales servido el frijol todavía humeaba, luego las tortillas y comenzaba el banquete para darnos todavía un rato más de energía y jugar o contar historias, acompañados de la tintineante luz de las lámparas, que despidiendo un olor raro pero tan tranquilizante consumíanse lentas cual las horas, el piso, cual piso, si solo era tierra apisonada debía asearse antes de acostarnos así que de dos en dos buscábamos la escoba temiendo que esta hubiera quedado allá en el fondo de aquel patio que por voz de mi abuela encerraba tantos misterios, como la temida mujer de blanco, la marrana y sus cerditos, la gallina que se aparecía seguida por una incontable fila de pollitos, así trascurría la tarde, en aquella cocina no paraba la lumbre, hasta que el último hijo, nieto, pariente o vecino cenara un poco, hasta entonces era tarea de la abuela recoger el leño y apagar su lumbre dejando brazas que poco a poco se consumían tragadas por la oscuridad, cuantas veces comimos en aquel lugar; la mesa era diariamente invadida por aquel radio de color azul, tan grande y pesado que nos mataba la abuela si solo tambaleábamos con él, -cuidado muchacho, no lo vayas a tirar-, en punto de las cuatro de la tarde la hora del mensajero del aire, que comenzaba con el clásico llamado de un silbato de cartero, ¡aaah! Que hermosos tiempos aquellos, cuando en reunión de todos alrededor de la tan esperada olla del menudo guardada en un bolsa de plástico, se sacaba y era llenada con el clásico nixtamal, luego el menudo y todo lo que ese clásico platillo requería, cuantas veces también fue lugar de lágrimas y risas, de historias, chismes, chistes, regaños y que decir de aquellos largos pero largos consejos a hijos y nietos, pero eso era la cocina de mi nana, un lugar del cual tengo muchas cosas que platicar y, por supuesto lo haré poco a poco.