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jueves, 14 de mayo de 2009

DE MI COSECHA

TRIBUTO AL MÁS GRANDE AMOR

Con su mano de aroma inigualable me secó esa lágrima de niño, su ternura infinita, su necesaria presencia, ahora después de que han pasado los años, este amor hacia ella sigue creciendo al infinito, como es posible imaginar la vida sin nuestra madre, cuantos recuerdos vienen a nuestra mente al escuchar ese nombre, en vano es de las primeras palabras que pronunciamos cuando nuestro hablar se vuelve un balbuceo, mamá apenas entendible, pero para ella es una gran triunfo, igual que aquél cuando impulsado por su apoyo despegamos tiernamente nuestra mano de la suya, ella sintiendo el corazón partir pero llenándose de la más infinita alegría, pues estamos siendo independientes, dando los primeros pasos estamos creando y tomando nuestro camino propio, como pagar lo que nuestra madre hace por nosotros, si su rostro cambia desde cuando le dicen que en su vientre se forma una personita, su mirada se llena de luz, el amor brota por cada poro de su piel y no hace, desde ese mismo instante, de hablar con el que será su hijo, al pasar de los días y meses sacrifica su figura hermosa por darle vida a otro ser, el vientre abultado tiernamente prominente, siente el primer contacto de los pies inquietos de aquel niño, que poco a poco recorre el camino inevitable para venir seguro a este mundo y anunciar con el llanto tan ansiado, “madre estoy vivo y te conozco”. La noche acompaña en gran silencio, las doce suenan en eco de campanas, al compás de una cuenta mi sentir sale en la guitarra y cantando un himno de alegría, pongo todo el sentimiento para decirle a mi madre que la amo. Llenos sus ojos de lágrimas de felicidad y de nostalgia, se asoma por la ventana la viejita adorable que para mí su cara no ha cambiado, recuerdos agolpados mientras canto, que puede dar una madre por su hijo, si ahora con su andar pausado, el pelo entrecano, espera su visita, se alegra al recibirlo y se apura a encender el comal y todo se ilumina, ofrecer los olores de antaño, agolpados en mi mente, de cuando era chico y en la noche de lluvia asustado, mi madre dibujando sombras tras la luz tenue de la lámpara de petróleo, asegura que no pasa nada, cuando un rayo ilumina todo cuanto puede, mientras ella no deja de tortear la masa, moverle a los frijoles, vigilar el té de canela que hierve bullicioso en aquel sartén tan viejo que hasta pando esta, ese aroma acompañado de su voz, la que trae tranquilidad al hijo que idolatra, que al pasar de los años ve como con sus manos temblorosas repite aquel rito, nos conoce más que nadie, al verla, su figura se pone algo borrosa, pero es que una traicionera lágrima aflora mientras pienso, pudiera tener todo el oro del mundo para darle, pero tengo mi amor, agradecimiento por tantos consejos acompañados de un toque mágico de sus manos, esas manos que tienen el don de aliviarnos cuando enfermos estamos, la que cuando niños y en la noche fría se apuraba a taparnos con la cobija y de vez en cuando contar un cuento, que nos hacía ser cómplices de aventuras, de poder volar en el cielo o navegar en el mar, temer al lobo fiero, correr junto a los cerditos, asustarnos con la bruja, huir para luego lamentarnos como Hanzel y Gretel, viajar al cielo subiendo por el mágico árbol de frijol y tanto y tantos cuentos que salían de su boca; como no amar a nuestra madre si incansable atiende nuestra vida, desde que amanece es la primera en levantarse y ser la maestra de la sinfonía en allegro que se forma, levantar los hijos, atender al marido, preparar desayunos, llevarnos a la escuela, alistar la casa, hacer las compras, la comida, recoger los hijos, recibir al marido, revisar tareas, preparar la cena, al fin del día acostar a los niños y así minuto tras minuto, hora tras hora, ya todos dormidos y ella en pié, repitiendo todo cada día, como pagarle, como si después de todo a veces somos ingratos, por que solo un día, por que no amanecer y darle un beso, decirle que la amamos, ayudarle en sus labores, la vida pasa rápido y nos olvidamos de su importancia en nuestra vida, nada más y nada menos, de esa persona que nos dio la vida, en el otoño de su vida, ahora que somos grandes, vemos con ternura a la viejita que renueva sus anhelos con el nieto, amorosa encuentra travesuras que enseñarle, si, aquellas que hacía su padre, con las que la hacía trinar, ahora con jolgorio en su voz cuenta divertida aquel momento, abrazando apretadamente al niño, temiendo perderse por un segundo de su aroma, ese que quedó atrás hace treinta y tantos años, cuando cuidadosa empolvaba de talco a su niñito, como decirle no seas alcahueta si se merece hacer lo que ella quiera, si ya tiró un plato de cereales, déjalo yo lo recojo y con fuerzas renovadas acurruca al nieto en su regazo, cantando la misma vieja canción, repitiendo aquellos mismos cariños, haciendo en un nudo de garganta, como quitarle a una madre esa su esencia, nunca lo podremos, por que siempre serán nuestras madres, no nos conformemos con agradecerles, felicitarlas o darles un detalle solo ese día, que lo hicieron deliberadamente, por que piensen si no existiera su día, ¿nos acordaríamos tan afanosamente de nuestra madre?, ahora pues, en este momento, vayamos a su lado, ayudemos en su labor diaria y en la noche, en silencio al lado de su cama, decirle “MAMÁ TE AMO”, veremos como sus ojos enternecidos se vuelven agua, tan cristalina que podremos vernos en ella, recordarán el día en que con nuestras manos apenas controladas, rozamos su mejilla, sintiendo mutuamente el verdadero amor.

Dedicado especialmente a todas las mamás que nunca dejaron al lado una gota de amor, siempre nos aplicaron todo el que se corazón tenía.