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jueves, 11 de junio de 2009

DE MI COSECHA

LOS MANGOS DE MI ABUELO

Aquí sentado chupándome los dedos, saboreando un mango tan rico que me inspiró totalmente para comentarles lo siguiente: que nobleza de nuestra tierra sudcaliforniana, estamos entrando en esos meses pesaditos por el calor, que hay jijo todos le tememos, hay cuando a fuerzas tenemos que salir de casa nomás andamos buscando caminar por la sombrita por que el sol tatema, y Dios nos cuide si nos atrevemos ir al centro a eso de entre las 12 del día y las 5 o 6 de la tarde, parada segura en alguna peletería de la flor de Michoacán para comprarnos un agua de 20 pesos, naranja, horchata o melón que después la llevamos sonando en el estómago pero por lo menos más apaciguada la sed, sin embargo nuestro suelo reconoce el tiempo como diría mi nana y comienza a madurar esa fruta tan exquisita, el mango, que sudcaliforniano no ha probado un mango, por que los hay de varios tipos, el famoso “chabelito” de todos santos, los criollos en la paz y los cabos y que decir del famoso y alegre “petacón”, ese mango rojo tan sabroso y jugoso que valiente el que se coma 3 o 4 por que tiene que esperar buen rato para poderse parar por que queda más lleno que víbora después de saborearse una liebre, cuantos recuerdos de mi niñez se me vienen a la mente, como los famosísimos árboles de mangos en la casa de mi nana, desde la entrada de aquel largo callejón se dejan todavía ver, inclusive hoy en día, las grandes matas, antiquísimas pero todavía brindan esa fruta sabrosa, esos mangos que de amarillos se confunden con el atardecer, ese aroma a huerta, el andar buscando el precario gancho para bajar de sus alturas casi divinas, a la suculenta fruta que saciará nuestro apetito, quien no ha visitado una huerta de mangos, recuerdo allá en San José del Cabo la de mi tata, aquellas extensiones tan largas de hileras y más hileras de mangos, donde comerse dos o tres solamente era un pecado, algunas veces de mañosos solo les mordíamos la punta tan suculenta y fresca como lo pronosticaba su color, disfrutar de todo un día de aventura trepando en las altas ramas, para alcanzar los más maduros y aventarlos uno tras otro al compañero que abajo los cachaba, movernos al compás que el viento mecía sus ramas, asustarnos de pronto con alguna cachora que como por su patio, recorría al árbol buscando insectos que comer y luego, luego sentarse descuidadamente a saborearlos, perdido entre el arrullo del ulular del viento y el canto de los pájaros de nuestro campo, del monte sudcaliforniano, embarrado hasta los codos con el juego dulce azucarado de la fruta, y que decir de nuestra boca que hasta la nariz nos ensuciábamos, así dejando un montón de cáscaras y huesos tan blancos cual piedra de arroyo, comenzar una larga plática sin importar tiempos y problemas, viendo el cielo de vez en cuando, refrescados por esa huerta tan grande que fue mil veces campo de aventuras y juegos, tan llenos que tirados boca arriba, buscábamos formas a las nubes que adormiladas recorrían el cielo tan azul que deslumbraba, después de dormir y a veces con hormigas ya por los restos del manjar, pararnos a la orilla de la acequia por donde corría esa agua tan cristalina y fresca, que agua de garrafón ni que hervirla, con ella saciábamos tan rico nuestra sed, eran largos esos días de niño, de dibujar cuentos en la huerta, de colorear usando la imaginación el cielo, de vivir tan lento que ahora lo extraño, pero como no extrañar los mangos si en compañía de mi abuelo sabían más ricos, sentado en un piedra al pié del proveedor de esa fruta, contando aquellas historias tan increíbles, quitándose el sombrero y moviéndolo cual abanico para refrescarse, su camisa desabrochada y anudad al frente, con el cuchillo clavado a un lado en el cinto, con aquellos huaraches de cuero, con esa mirada que despedía respeto, pero tan tierna a la vez, con esa voz de hombre de campo que sin saber la “o” por lo redondo era tan bueno para hablar, nos llevaba al mundo que el quería, solo en recordarlo se me forma un nudo en la garganta, cual será ahora su árbol preferido, cual será en este momento la historia contada por su voz, cual será el niño que reciba tan dulce su caricia, ahora con lágrimas en mis ojos añoro sus consejos, ¿Cuántas veces le dije que lo quería? No lo sé, pero ahora le digo “te quiero”, agradezco esas tardes largas a la sombra de los mangos, ese tiempo que me dio para hacer que mi imaginación de niño volara, esa palmada en la espalda para decirme, párate hijo, se está haciendo tarde, nunca fue tan tarde para cortar un mango más y llevárselo a mi madre, -mamá mi tata y yo te los cortamos-, su andar lento pero seguro era la guía perfecta en ese laberinto sin fin, el aroma de su huerta, de sus mangos, el aroma de su sombrero curtido por el sudor de un hombre esforzado, trabajador y para mí, un guía, del cual recuerdo sus historias, nunca lo vi enojado, siempre fue el primero en decirme –ya eres hombrecito, súbete y córtalo-, pero siempre estuvo debajo de mí para atraparme si me caía….. ¡ah! Que lindos recuerdos, ahora al tener esta fruta, me remonto a esos años, donde la tarde era eterna y la noche el momento ideal para que el me dijera –mañana temprano vamos por los mangos para hacer ese dulce que tanto te gusta-…. Sigo esperando esa mañana con lágrimas retenidas, como quisiera que fuera mañana, como quisiera seguir siendo el niño que espera a su abuelo para poder sentirse grande…….